Luego vino el varón y no quería saber de nada que no fuera dedicar tiempo a mis hijos, solo hacía trabajos cuando quería. Pero un buen día mi vida dio un giro de 180 grados. De la noche a la mañana pase de tener una vida consolidada, tanto social como económicamente, a tener que salir huyendo de mi país con mi familia sin tiempo de hacer planes.

Si huyendo, mi esposo fue secuestrado, después de muchas horas de desespero, recibí una llamada de un número desconocido y era él, lo habían soltado. Salí desesperada a buscarlo en la mitad de la noche. Al montarse en el carro, arranque tan rápido como pude. En ese momento no había risas ni canciones infantiles en mi carro de madre moderna y emprendedora como siempre. Solo le pregunté si estaba bien, si lo habían lastimado. Llegamos a casa y entre lágrimas y abrazos, agradecimos a Dios el estar allí, juntos, en casa, con nuestros hijos. Al día siguiente nuestra vida había cambiado, quedarnos en nuestro país no era una opción. Había llegado la hora de irnos porque tratar de hacer tu vida mientras luchas con el temor a que te maten no era para nosotros una opción. Con un pasaporte vencido, que para el que vive en Venezuela sabe lo que esto significa, nuestra salida se retrasó, pasamos 15 días de angustia. En el momento que tuvimos el pasaporte de nuestra hija en la mano fuimos disparados a una agencia a comprar los boletos y al día siguiente viajamos.